viernes, 29 de agosto de 2008

El absurdo viaje hacia ninguna parte

Podría enrollarme disertando sobre lo humano y lo divino, vertiendo críticas en uno u otro sentido, pues como habréis comprobado no me caso con nada ni con nadie y sin embargo y a pesar de que no ando falto de voluntad tras prácticamente un mes sin expresarme por escrito, hoy me voy a desmarcar con una misiva publicada hoy mismo en el periódico, que plasma con esplendida capacidad de síntesis mi visión sobre esta vela que se consume por un consumo sin sentido, entiéndase la paradoja. Lean y mediten.

"El FMI ha hecho público un informe en el que se reduce, de nuevo, la previsión de crecimiento para la Unión Europea.

Pero, ¿hasta dónde se puede crecer? ¿Es posible, y deseable, un crecimiento ilimitado de las economías mundiales? Una economía que quiere crecer exponencialmente, nutriéndose de un medio ambiente finito, está abocada al colapso. Al amenazar (con su infinita avidez por crecer) los recursos que lo nutren, nuestro modelo de desarrollo se ha convertido en un absurdo viaje hacia ninguna parte.

En 1972, el Club de Roma conmocionó la opinión mundial con las conclusiones a las que llegaron. Sus integrantes, eminentes científicos y economistas, pronosticaron que el límite de crecimiento del mundo (siguiendo esta economía de continua progresión) no superaría los cien años. Algunas de sus previsiones ya se han cumplido. Muchos de nosotros, asistiremos en directo a ese temible colapso global vaticinado por estos sabios. Sin embargo, Los límites del crecimiento es una obra que no quiere entregarse al flirteo apocalíptico. El Club de Roma apuntaba en él líneas de solución. Hablaban de, además de frenar la demografía y el desarrollismo ilimitado, modificar la cultura consumista y eliminar la sociedad del derroche. Eran conscientes de que la acumulación de riqueza por parte del Primer Mundo abría una brecha insalvable que enfrentaría a países pobres y ricos.

Los autores de esta obra trataron de despertar las conciencias para cambiar un modelo que nos llevaba a la destrucción pero, lejos de desahuciar al mundo, apostaron por la capacidad del ser humano para reinvertir este proceso. Treinta y seis años después, parece que no hayamos aprendido casi nada. Continuamos empecinados, sin frenos y cuesta abajo. Y ligeramente contrariados por las expectativas de crecimiento que ha vaticinado el FMI después de consultar a su bola de cristal. Ana Cuevas (Zaragoza)."

martes, 5 de agosto de 2008

Bienvenida al desarrollo, China (China, welcome to hell)

Ahora que todos nos asombramos (o escandalizamos según la sensibilidad de cada cual) de que en apenas tres jornadas un estado como la República Popular China, que explota a menores para fabricar productos a bajo coste destinados a consumirse en Occidente, que abandona a las niñas a su suerte por "imperativo cultural", que niega la pluralidad de pensamiento y la determinación del pueblo tibetano y que contamina la atmósfera una barbaridad, vaya a albergar unos Juegos Olímpicos, es tiempo de detenerse a pensar en las causas de que esto sea así y no de otro modo.

A la vista está que los únicos criterios que parecen haberse esgrimido para asignar las Olimpiadas en este caso deben haber sido de cariz económico, habida cuenta de que China es una de las llamadas economías emergentes junto a India, México, Indonesia o Brasil, entre otras. Los países emergentes son aquellos en los que se produce una transición de una economía de subsistencia a una de desarrollo industrial, esto es que "evoluciona" del tercer al primer mundo.

En China, país superpoblado en la actualidad (concentra una quinta parte de la población mundial en unos 10 millones de kilómetros cuadrados), sus habitantes han optado por abandonar los patrones de una economía de austeridad presidida por el empleo de la bicicleta y la agricultura de base para convertirse de facto en uno más de los países con economía de excesos, con ese estandarte industrial que simboliza el automóvil.

Las consecuencias de que se haya extendido el "modus operandi" industrial son las que hemos advertido: en cuestión de un puñado de años, la atmósfera china se ha vuelto irrespirable con las consiguientes repercusiones que tiene para la salud (accidentes de tráfico, alergias, enfermedades del aparato respiratorio, infartos...) y el medio (sobrepasar las capacidades de absorción de GEI, fragmentación de hábitats, pérdida neta de especies...).

Una vez más el discurso desarrollista y de progreso ha manifestado su cara más temible. Su faceta más destructiva. Ha vuelto ha mostrar sus fauces en detrimento de la salud colectiva y de los equilibrios ecológicos. ¿Aún hay quien, a estas alturas, cree que el presunto progreso tecnológico solventará los desagravios sociales y ambientales?

lunes, 4 de agosto de 2008

Sabiduría campesina

Sería dramático para la humanidad que se perdiera de un plumazo el saber adquirido por los campesinos durante milenios por no haberlo valorado en su justo término.

Es posible que dicho conocimiento no pueda ser definido cuantitativamente en una cifra transferible a divisas y sin embargo, el impagable valor de su obstinada dedicación cotidiana quedaría exento de toda discusión.

A ellos les debemos la preservación de la vida en su inmensa diversidad de formas, olores, colores y sabores, pues en cada paraje agrícola han sabido labrar, cosechar y producir las variantes autóctonas que mejor se adaptaban a las contingencias climatológicas y a las condiciones productivas de la tierra a base del consabido método de ensayo-y-error.

En torno a sus quehaceres cotidianos se ha articulado buena parte de la sociedad y su cultura rural, con el cocinado de los platos típicos, la construcción de viviendas en función de los materiales disponibles, los rituales para demandar agua a las deidades, la celebración de las diversas festividades religiosas, el mercadeo de la producción en las plazas...

Han representado el sustento alimenticio de nuestra civilización, aunque la absoluta desconexión hacia los procesos productivos del medio y el procesado industrial de los alimentos nos conduzcan a relegarlos a menudo a un plano secundario.

Por todo ello y mucho más, cabe festejar y recibir con agrado la gestación de iniciativas globales altermundistas como Vía Campesina o la más próxima geográficamente Universidad Rural Paulo Freire, como nexo de intercambio de experiencias e impresiones y transmisión de conocimientos prácticos entre agricultores, docentes y alumnos.

Este último proyecto "para la movilización ciudadana y la transformación social" pivota en torno a nueve colectivos dispersos por la geografía peninsular y centra su actividad actual en torno a cuatro cátedras: Agroecología en sistemas esteparios, Construcción con Tierra, Gestión de residuos orgánicos y Dinamización rural en zonas deprimidas, con la finalidad de establecer un entramado social campesino de resistencia contra la imposición del discurso único del monocultivo y la productividad a cualquier coste que trae aparejada la dinámica globalizadora de mercados.

viernes, 1 de agosto de 2008

Nuestra cuota de responsabilidad

Cuenta el autor norteamericano Jim Merkel, en el prólogo de su obra "Simplicidad Radical", que se encontraba acomodado en la barra de un bar de cierto hotel sueco cuando los informativos le irradiaron con una de esas estampas que suelen repetirse cíclicamente: el vertido de fuel del petrolero Exxon Valdez había impregnado todo cuanto encontraba a su paso, asfixiando las especies pobladoras del mar y abnegando el ecosistema que las albergaba.

Los cronistas "buceaban" entre la tripulación del navío en busca del culpable último de tamaño despropósito. Y Jim, como si de una visión única se tratara, se vio súbitamente retratado como tal en el espejo que simbolizaba el cristal de la barra. Solía tomar el avión habitualmente y, como todo individuo que vive la ilusión permanente del "sueño americano", empleaba su utilitario con relativa frecuencia.

No puede decirse, ciertamente, que Jim fuera uno de esos filántropos que daría su vida por la humanidad, ni tampoco que representara un vehemente defensor de los derechos humanos o el medio ambiente. Antes bien, Jim era por aquel entonces un comercial más de la industria armamentística con un reputado currículo como ingeniero militar. Un tornillo inequívoco del engranaje destructivo estadounidense.

Como si de una revelación se tratara, Jim percibió que era un momento idóneo para producir un giro drástico en su vida, radical si lo queréis en el sentido de tratar de solventar el problema escarbando en lo más profundo de su raíz. Jim decidió apostar decididamente por la austeridad voluntaria preguntándose algo aparentemente tan sencillo como: realmente ¿qué necesito para vivir y ser feliz? Tomó entonces un bloc de notas y comenzó a anotar disciplinadamente todos esos "excesos cotidianos" de los que debería prescindir para lograr vivir una vida ecuánime y en paz, en consonancia con lo que la Tierra demandaría si tuviera voz para hacerlo. Y fue asumiendo que debía renunciar a todos aquellos dispendios para reconciliarse con el medio y sus habitantes más desafortunados.

A partir de entonces Jim viviría una vida de autocontención, privándose de todo aquella superficialidad que la revestía para focalizarse en gestar un proyecto de convivencia (global living project) como respuesta a la realidad constatable de "pobreza, guerra, cambio climático y destrucción ecológica", en el que el impacto ambiental quedara reducido a su mínima expresión según su calibración en términos de huella ecológica y en el que el modo de transporte fundamental fuera la bicicleta. Todo ello en aras de la sostenibilidad de la vida en el planeta.

Y en ello sigue implicado hoy en día: organizando talleres para divulgar su idea de la sostenibilidad y la vertiente de esta que puede aplicarse en comunidades, gobernantes y empresarios, recorriendo medio mundo a lomos de su bicicleta, cultivando sus propios alimentos sin necesidad de fitosanitarios y constatando en la práctica que las utopías son realizables si somos conscientes de lo que es verdaderamente imprescindible.