viernes, 1 de agosto de 2008

Nuestra cuota de responsabilidad

Cuenta el autor norteamericano Jim Merkel, en el prólogo de su obra "Simplicidad Radical", que se encontraba acomodado en la barra de un bar de cierto hotel sueco cuando los informativos le irradiaron con una de esas estampas que suelen repetirse cíclicamente: el vertido de fuel del petrolero Exxon Valdez había impregnado todo cuanto encontraba a su paso, asfixiando las especies pobladoras del mar y abnegando el ecosistema que las albergaba.

Los cronistas "buceaban" entre la tripulación del navío en busca del culpable último de tamaño despropósito. Y Jim, como si de una visión única se tratara, se vio súbitamente retratado como tal en el espejo que simbolizaba el cristal de la barra. Solía tomar el avión habitualmente y, como todo individuo que vive la ilusión permanente del "sueño americano", empleaba su utilitario con relativa frecuencia.

No puede decirse, ciertamente, que Jim fuera uno de esos filántropos que daría su vida por la humanidad, ni tampoco que representara un vehemente defensor de los derechos humanos o el medio ambiente. Antes bien, Jim era por aquel entonces un comercial más de la industria armamentística con un reputado currículo como ingeniero militar. Un tornillo inequívoco del engranaje destructivo estadounidense.

Como si de una revelación se tratara, Jim percibió que era un momento idóneo para producir un giro drástico en su vida, radical si lo queréis en el sentido de tratar de solventar el problema escarbando en lo más profundo de su raíz. Jim decidió apostar decididamente por la austeridad voluntaria preguntándose algo aparentemente tan sencillo como: realmente ¿qué necesito para vivir y ser feliz? Tomó entonces un bloc de notas y comenzó a anotar disciplinadamente todos esos "excesos cotidianos" de los que debería prescindir para lograr vivir una vida ecuánime y en paz, en consonancia con lo que la Tierra demandaría si tuviera voz para hacerlo. Y fue asumiendo que debía renunciar a todos aquellos dispendios para reconciliarse con el medio y sus habitantes más desafortunados.

A partir de entonces Jim viviría una vida de autocontención, privándose de todo aquella superficialidad que la revestía para focalizarse en gestar un proyecto de convivencia (global living project) como respuesta a la realidad constatable de "pobreza, guerra, cambio climático y destrucción ecológica", en el que el impacto ambiental quedara reducido a su mínima expresión según su calibración en términos de huella ecológica y en el que el modo de transporte fundamental fuera la bicicleta. Todo ello en aras de la sostenibilidad de la vida en el planeta.

Y en ello sigue implicado hoy en día: organizando talleres para divulgar su idea de la sostenibilidad y la vertiente de esta que puede aplicarse en comunidades, gobernantes y empresarios, recorriendo medio mundo a lomos de su bicicleta, cultivando sus propios alimentos sin necesidad de fitosanitarios y constatando en la práctica que las utopías son realizables si somos conscientes de lo que es verdaderamente imprescindible.

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