Y bien, aceptada por todos la inoperancia de nuestros mandatarios políticos para defender los intereses de una mayoría (la política en tanto que gestión del "espacio público", de los "commons") y habida cuenta de la manifiesta incapacidad de los representantes sindicales para velar por los derechos de los trabajadores, es el momento de que estos de autoorganicen por su cuenta y persigan alternativas viables de lucha contra la degradación de la vida en su conjunto, ambiental y socialmente.
Si la sociedad no acepta, aunque respalde implícitamente con su inacción y su complaciente voto a unas siglas que presuntamente les representan, el sistema centralizado y de jerarquías elitistas en el que la suerte de cientos de millones de ciudadanos se la disputan caprichosamente multinacionales, banqueros y petroleras, que maquillando unas centésimas pueden acabar con las existencias de tantos inocentes que nacieron en "el lado oscuro", es el preciso instante en el que se antoja perentorio un viraje hacia la autonomía y la democracia participativa en forma de consejos o asambleas. La opinión de muchos para obtener soluciones reales, diversas e incluyentes.
Ha quedado sobradamente demostrado que el modelo (anti)social del pastel piramidal, que coloca como guinda al capital y que devoran unos privilegiados para que otros pasen la peor de las hambrunas, reparte indistintamente inequidad, injusticia, guerra, hambre y otras lindezas, lo que nos habla a las claras de su caducidad.
Si aceptamos esto, será el momento de pasar a edificar otra alternativa, o matriz de alternativas, de vida. De reconciliarnos con el medio y sus procesos productivos, aunque para ello tengamos que tomar la azada y sudar la gota gorda. De recuperar la vida comunal preservando, eso sí, nuestra intimidad y libertad de decisión y actuación. De reconocerse humildes ante la biosfera y quienes la cohabitan y abandonar el antropocentrismo "ombliguista". De desterrar el paradigma economicista, en el que sólo se valora lo productivo que puedas llegar a ser para el "statu quo" y el egoísmo que nos preside nos niega la posibilidad de ver más allá.
Construir el "nuevo mundo" será ciertamente una actividad dura y excitante, digna de ser vivida en primera persona. Revolucionaria desde luego. Quizá sólo apta para intrépidos. Es tiempo de aparcar corsés y ataduras y de lanzarse a la vibrante aventura de cambiar el estado de las cosas. Merece la pena, creedme.
domingo, 26 de octubre de 2008
martes, 21 de octubre de 2008
Esclavitud laboral
En este mundo que nos ha tocado vivir hay dos clases de personas: los que trabajan para vivir y los que viven por y para trabajar.
Estos últimos consumen su vida enfrascados en actividades que les absorben su creatividad, les niegan el derecho a disponer de un tiempo valiosísimo para disfrutar de su ocio, de otras personas y de sí mismos, les aislan del grueso de la sociedad, les agotan energéticamente y en definitiva, les van minando como personas hasta transformarlos pasito a pasito en un tornillo más de la máquina de demoler. De ese manido discursito productivista que lo impregna todo.
No ponen objeciones a flexibilizar su jornada laboral, a realizar horas extras (en no pocas ocasiones a cambio de nada), a simultanear varios empleos, a aceptar salarios misérrimos y condiciones laborales depauperantes (discriminación, mobbing, explotación...) y todo para poder permitirse ampliar su abanico de consumo, adquiriendo tal o cual producto al que de otra forma no tendrían acceso y que estiman necesario en su vida.
Los primeros, aquellos que ven en el trabajo un medio y no un fin, tratan de procurarse un empleo que les permita desarrollar sus capacidades y potencialidades, interaccionar positivamente con sus compañeros en la medida de lo posible a fin de fomentar en entorno saludable, gozar de su tiempo, incluso de aquel en el que se encuentran trabajando, no malgastar energías que podrían serles de utilidad en su ocio y no claudicar ante la explotación, el recorte de sus derechos o la imposición vertical de medidas draconianas.
Tanto unos como otros son conscientes de que trabajar es algo a lo que muy difícilmente podemos abstraernos hoy en día, pero los enfoques de ambos son radicalmente opuestos. Mientras unos creen que repartir el trabajo permitirá redistribuir generosa y equitativamente riquezas y liberar nuestro tiempo para ampliar el espacio de ocio, los otros se pretenden más libres en tanto que consumidores, al tiempo que contribuyen decisivamente a tejer la tela de araña que les atrapa y aprisiona. La elección sobre uno u otro modelo estriba en el deseo de cada cual.
Estos últimos consumen su vida enfrascados en actividades que les absorben su creatividad, les niegan el derecho a disponer de un tiempo valiosísimo para disfrutar de su ocio, de otras personas y de sí mismos, les aislan del grueso de la sociedad, les agotan energéticamente y en definitiva, les van minando como personas hasta transformarlos pasito a pasito en un tornillo más de la máquina de demoler. De ese manido discursito productivista que lo impregna todo.
No ponen objeciones a flexibilizar su jornada laboral, a realizar horas extras (en no pocas ocasiones a cambio de nada), a simultanear varios empleos, a aceptar salarios misérrimos y condiciones laborales depauperantes (discriminación, mobbing, explotación...) y todo para poder permitirse ampliar su abanico de consumo, adquiriendo tal o cual producto al que de otra forma no tendrían acceso y que estiman necesario en su vida.
Los primeros, aquellos que ven en el trabajo un medio y no un fin, tratan de procurarse un empleo que les permita desarrollar sus capacidades y potencialidades, interaccionar positivamente con sus compañeros en la medida de lo posible a fin de fomentar en entorno saludable, gozar de su tiempo, incluso de aquel en el que se encuentran trabajando, no malgastar energías que podrían serles de utilidad en su ocio y no claudicar ante la explotación, el recorte de sus derechos o la imposición vertical de medidas draconianas.
Tanto unos como otros son conscientes de que trabajar es algo a lo que muy difícilmente podemos abstraernos hoy en día, pero los enfoques de ambos son radicalmente opuestos. Mientras unos creen que repartir el trabajo permitirá redistribuir generosa y equitativamente riquezas y liberar nuestro tiempo para ampliar el espacio de ocio, los otros se pretenden más libres en tanto que consumidores, al tiempo que contribuyen decisivamente a tejer la tela de araña que les atrapa y aprisiona. La elección sobre uno u otro modelo estriba en el deseo de cada cual.
martes, 14 de octubre de 2008
La criatura agoniza
A la criatura la fueron matando. Poquito a poquito y sin apenas darse cuenta. Creían en ella a pies juntillas. Era su dogma de fé. Su invisible mano sacra. Confiaban ciegamente en sus beneficios sociales, en su proverbial capacidad para resolver conflictos, en su infinita equidad, en su innato talento para repartir justicia, paz y riquezas...pero lamentablemente su fuerza se fue desvaneciendo, sus músculos debilitándose y su corazón apagándose sin remedio.
Quizá se la hubieran cargado entre todos. Quizá dejaran que se muriera. Los unos culpaban a los otros y los otros a los unos. Tanto daba a ojos de la criatura. El caso es que la criatura se encontraba ya en estado terminal. El cáncer ya había metastasiado y los tratamientos paliativos no harían sino prolongar la agonía. Expandir en el tiempo la no-vida de la criatura. Prolongar por exceso los estertores, esos intantes catatónicos en los que suspiras por un final digno. O breve y exento de sufrimiento, al menos.
Y sin embargo todos se volcaban en la recuperación de lo irrecuperable, en reconstruir el edificio sobre unos pilares de madera deteriorados por la carcoma. Como si tras el fallecimiento de la criatura no hubiera nada. La cuidaban, mimaban y brindaban todo el cariño que no supieron darle en vida, pues en vida la abandonaron a su suerte. Siempre he sido de la opinión de que tus aportes son más provechosos y gozosos con cuanta mayor capacidad de aprehensión estés dispuesto a recibirlos. Lo contrario es darse de bruces contra un muro sin sentido.
Y sin embargo, todos se empeñaban en aferrarse al delirio, en agarrarse al último hálito de no-vida (o de lo que resta de vida agonizante), en asirse a un clavo ardiendo que se consume incinerándose. Sin darse cuenta de que todo el esfuerzo y los recursos invertidos en la criatura irán a parar a muchas otras que aún están por venir y que sabrán aprovechar tanto mejor su herencia, al no dilapidarla repentina y arbitrariamente. Para construir un mundo en el que quepan muchos mundos. Y en el que el disfrute de algunos no sea a merced del sufrimiento del resto.
"Hablo de muerte en vida, instinto suicida. ¡No! Ni pan, ni agua. Para mí que quien elige ese camino está loco" (La Mala Rodríguez, 2004).
Quizá se la hubieran cargado entre todos. Quizá dejaran que se muriera. Los unos culpaban a los otros y los otros a los unos. Tanto daba a ojos de la criatura. El caso es que la criatura se encontraba ya en estado terminal. El cáncer ya había metastasiado y los tratamientos paliativos no harían sino prolongar la agonía. Expandir en el tiempo la no-vida de la criatura. Prolongar por exceso los estertores, esos intantes catatónicos en los que suspiras por un final digno. O breve y exento de sufrimiento, al menos.
Y sin embargo todos se volcaban en la recuperación de lo irrecuperable, en reconstruir el edificio sobre unos pilares de madera deteriorados por la carcoma. Como si tras el fallecimiento de la criatura no hubiera nada. La cuidaban, mimaban y brindaban todo el cariño que no supieron darle en vida, pues en vida la abandonaron a su suerte. Siempre he sido de la opinión de que tus aportes son más provechosos y gozosos con cuanta mayor capacidad de aprehensión estés dispuesto a recibirlos. Lo contrario es darse de bruces contra un muro sin sentido.
Y sin embargo, todos se empeñaban en aferrarse al delirio, en agarrarse al último hálito de no-vida (o de lo que resta de vida agonizante), en asirse a un clavo ardiendo que se consume incinerándose. Sin darse cuenta de que todo el esfuerzo y los recursos invertidos en la criatura irán a parar a muchas otras que aún están por venir y que sabrán aprovechar tanto mejor su herencia, al no dilapidarla repentina y arbitrariamente. Para construir un mundo en el que quepan muchos mundos. Y en el que el disfrute de algunos no sea a merced del sufrimiento del resto.
"Hablo de muerte en vida, instinto suicida. ¡No! Ni pan, ni agua. Para mí que quien elige ese camino está loco" (La Mala Rodríguez, 2004).
miércoles, 8 de octubre de 2008
Rehabilitando edificios para disfrute de todos
Uno de los aspectos que más me cautivaron desde un primer momento es la permeabilidad del concepto de decrecimiento y como una noción tan intuitiva puede aceptar una cantidad tan inabarcable de formas de entender la vida bajo el paraguas de la sostenibilidad.
Los "filósofos" del decrecimiento abogan por repensar nuestra sociedad en aras de mejorar la convivencia y reconciliarnos con el entorno y sus procesos productivos. Y entre ese repensamiento se encuentra una concepción distinta de la vida en su multiplicidad de formas y estilos.
Debido a ello, o más bien fundamentándose en ello, cobra sentido la alternativa de la okupación no violenta de viviendas y edificios abandonados por sus propietarios para dotarlos de una vida que se había diluido paulatinamente y habilitarlos como un escenario para compartir experiencias y conocimientos a través de proyecciones, seminarios, talleres o clases de apoyo, como una plataforma de encuentro de personas con inquietudes creativas, sustento de asociaciones y organizaciones contraculturales y apoyo de las sensibilidades vecinales, como un elemento dinámico y cambiante de la vida de barrio, que tan abandonada tenemos hoy en día en favor de los no-lugares (centros comerciales, carreteras, aeropuertos, internet...)...En resumidas cuentas, un espacio habilitado para la libertad y la realización plena como personas en un universo multicultural, enriquecedor y diverso.
Y puede que sea este ansia de liberarse de los uniformados corsés culturales, este afán por crear una sociedad diferente y sin clases en la que cada voz sea escuchada y tenida en cuenta, que opere por cauces distantes de un proceder único, de socializar espacios para el goce en común ajenos a la lógica del mercado, el que incordia a las autoridades políticas, recordémoslo gestoras y administradoras de los bienes comunales o "commons", quienes se empeñan en cercenar cualquier atisbo de iniciativa nacida del pueblo.
Para finalizar, os dejo con un tema musical que marcó mi adolescencia y que resume razonablemente bien el sentir de muchos respecto a la alternativa, mejor dicho: el crisol de alternativas planteadas por la iniciativa comunal de la okupación. Porque seguimos necesitando vivienda, necesitando locales, necesitando con urgencia bonitos y grandes centros sociales.
Los "filósofos" del decrecimiento abogan por repensar nuestra sociedad en aras de mejorar la convivencia y reconciliarnos con el entorno y sus procesos productivos. Y entre ese repensamiento se encuentra una concepción distinta de la vida en su multiplicidad de formas y estilos.
Debido a ello, o más bien fundamentándose en ello, cobra sentido la alternativa de la okupación no violenta de viviendas y edificios abandonados por sus propietarios para dotarlos de una vida que se había diluido paulatinamente y habilitarlos como un escenario para compartir experiencias y conocimientos a través de proyecciones, seminarios, talleres o clases de apoyo, como una plataforma de encuentro de personas con inquietudes creativas, sustento de asociaciones y organizaciones contraculturales y apoyo de las sensibilidades vecinales, como un elemento dinámico y cambiante de la vida de barrio, que tan abandonada tenemos hoy en día en favor de los no-lugares (centros comerciales, carreteras, aeropuertos, internet...)...En resumidas cuentas, un espacio habilitado para la libertad y la realización plena como personas en un universo multicultural, enriquecedor y diverso.
Y puede que sea este ansia de liberarse de los uniformados corsés culturales, este afán por crear una sociedad diferente y sin clases en la que cada voz sea escuchada y tenida en cuenta, que opere por cauces distantes de un proceder único, de socializar espacios para el goce en común ajenos a la lógica del mercado, el que incordia a las autoridades políticas, recordémoslo gestoras y administradoras de los bienes comunales o "commons", quienes se empeñan en cercenar cualquier atisbo de iniciativa nacida del pueblo.
Para finalizar, os dejo con un tema musical que marcó mi adolescencia y que resume razonablemente bien el sentir de muchos respecto a la alternativa, mejor dicho: el crisol de alternativas planteadas por la iniciativa comunal de la okupación. Porque seguimos necesitando vivienda, necesitando locales, necesitando con urgencia bonitos y grandes centros sociales.
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lunes, 6 de octubre de 2008
Cuestión de mentalidad
Un problema no puede ni debe resolverse con la misma mentalidad que lo creó.
Parece obvio. Aplicando nuevamente un posicionamiento erróneo que está inserto en la misma raíz del conflicto, no hará sino abundar en su enmarañamiento y avanzar en el sendero obstuso de la irresolubilidad.
Bien, pues un planteamiento tan de perogrullo como éste, parece no afianzarse entre nuestra "clase" política (ponedle nombre y apellidos si así os resulta más sencillo de comprender), que acude a empresarios, banqueros o a otras fuentes neoliberales en busca de respuestas a una crisis de la que fueron absolutos cómplices, incluso instigadores y que, aún hoy, supone una perfecta excusa para lucrarse a costa del ciudadano de a pie.
Los artífices de la situación actual somos todos, si bien el grado de responsabilidad que debe atribuírsenos a cada cual es variable. Todos y cada uno de nosotros padecemos desde hace tiempo un síndrome de Diógenes de vanguardia. Me explico: nos dedicamos en cuerpo y alma a atesorar compulsivamente todo aquello que tiene algún valor (añadido al de su mero uso práctico) y más aún si posee la etiqueta de "novedoso" o "lo último en" (electrónica, tecnología...). Instalados en este egoísmo depauperante, somos capaces de mostrar nuestras fauces y el rostro más deshumanizado ante los demás seres (instigar guerras por minerales o petróleo) y ante el entorno que nos sustenta (esquilmar los caladeros de peces, contaminar cosechas con fitosanitarios y organismos modificados genéticamente...).
Creemos que tener más, consumir más, aparentar más...nos hará mejores. Y es ese absurdo dogma de fé irracional el que nos ha posicionado al borde del abismo. El sistema está colapsado, ya nadie lo discute. La especulación ha tocado a su fin. Las empresas quiebran, los trabajadores son despedidos en masa (expedientes de regulación de empleo) y las bolsas se desploman. Emergen voces alertando de lo inadecuado de proyectar el capitalismo a futuro incluso entre los acérrimos de éste. Es tiempo de reflexionar desde otra mentalidad distinta. Sin prisas, pero sin pausas, ya que no nos queda mucho tiempo para adoptar decisiones. Decisiones de las que depende nuestra continuidad como especie en un planeta desbordado.
Parece obvio. Aplicando nuevamente un posicionamiento erróneo que está inserto en la misma raíz del conflicto, no hará sino abundar en su enmarañamiento y avanzar en el sendero obstuso de la irresolubilidad.
Bien, pues un planteamiento tan de perogrullo como éste, parece no afianzarse entre nuestra "clase" política (ponedle nombre y apellidos si así os resulta más sencillo de comprender), que acude a empresarios, banqueros o a otras fuentes neoliberales en busca de respuestas a una crisis de la que fueron absolutos cómplices, incluso instigadores y que, aún hoy, supone una perfecta excusa para lucrarse a costa del ciudadano de a pie.
Los artífices de la situación actual somos todos, si bien el grado de responsabilidad que debe atribuírsenos a cada cual es variable. Todos y cada uno de nosotros padecemos desde hace tiempo un síndrome de Diógenes de vanguardia. Me explico: nos dedicamos en cuerpo y alma a atesorar compulsivamente todo aquello que tiene algún valor (añadido al de su mero uso práctico) y más aún si posee la etiqueta de "novedoso" o "lo último en" (electrónica, tecnología...). Instalados en este egoísmo depauperante, somos capaces de mostrar nuestras fauces y el rostro más deshumanizado ante los demás seres (instigar guerras por minerales o petróleo) y ante el entorno que nos sustenta (esquilmar los caladeros de peces, contaminar cosechas con fitosanitarios y organismos modificados genéticamente...).
Creemos que tener más, consumir más, aparentar más...nos hará mejores. Y es ese absurdo dogma de fé irracional el que nos ha posicionado al borde del abismo. El sistema está colapsado, ya nadie lo discute. La especulación ha tocado a su fin. Las empresas quiebran, los trabajadores son despedidos en masa (expedientes de regulación de empleo) y las bolsas se desploman. Emergen voces alertando de lo inadecuado de proyectar el capitalismo a futuro incluso entre los acérrimos de éste. Es tiempo de reflexionar desde otra mentalidad distinta. Sin prisas, pero sin pausas, ya que no nos queda mucho tiempo para adoptar decisiones. Decisiones de las que depende nuestra continuidad como especie en un planeta desbordado.
sábado, 4 de octubre de 2008
Enemigos creados
Una sociedad inmadura y acrítica es un perfecto caldo de cultivo para la siembra de miedos, pánicos, temores y terrores.
Y desde luego resulta más dúctil y maleable para quienes nos gobiernan y no me refiero estrictamente a aquellos que figuran en las papeletas que vertemos a las urnas de metacrilato, puesto que éstos apenas tienen ya autonomía decisoria (soberanía) en comparación a los dirigentes de multinacionales, petroleras o entidades bancarias.
Cuando estos miedos se capitalizan con acierto, las personas nos convertimos en un sencillo juguetito en manos de nuestros mandatarios. Lo sabía la administración Bush, con su estratagema basada en erigirse en "padre protector" ante la espada de Damocles que suponía el terrorismo de corte islamista radical, del mismo modo que Kim Jong Il, el "amado" líder de la Corea comunista, cuando genera un estado de excepción perpetuo ante la inminencia de un eventual ataque norteamericano. Y por tomar un ejemplo más cercano, todos los gobiernos españoles (UCD, PSOE y PP) han sabido, en mayor o menor medida, polarizar el contexto político entre partidarios o detractores de ETA sin conseguir jamás resolver la controversia de fondo.
El sistema actual se sustenta en buena medida porque se presenta como el único discurso válido frente a la temible y acuciante amenaza que supone el adversario. Dicho enemigo puede ser ficticio o real, pero cuanto más verosímil se dibuje a éste, mayores son las posibilidades de que el discurso del miedo cale entre la población. Generalmente suele adoptarse como tal a una minoría por lo general inofensiva y opositora al "statu quo": los gitanos en Italia, el independentismo vasco en España o la disidencia en Cuba.
Frente a este desconcierto y pánico generalizado, sólo cabe una solución posible: conocer al otro mediante el diálogo y comprender la realidad desde las dos supuestas polaridades que nos plantean, de tal modo que podamos percibir el presunto problema en su justo grado. Esto es, que por lo general ni el lobo es tan fiero como lo dibujan, ni el cordero salvador tan inocente como se pretende y que además existe una paleta de colores intermedios entre el blanco nuclear y el negro defunción.
Y desde luego resulta más dúctil y maleable para quienes nos gobiernan y no me refiero estrictamente a aquellos que figuran en las papeletas que vertemos a las urnas de metacrilato, puesto que éstos apenas tienen ya autonomía decisoria (soberanía) en comparación a los dirigentes de multinacionales, petroleras o entidades bancarias.
Cuando estos miedos se capitalizan con acierto, las personas nos convertimos en un sencillo juguetito en manos de nuestros mandatarios. Lo sabía la administración Bush, con su estratagema basada en erigirse en "padre protector" ante la espada de Damocles que suponía el terrorismo de corte islamista radical, del mismo modo que Kim Jong Il, el "amado" líder de la Corea comunista, cuando genera un estado de excepción perpetuo ante la inminencia de un eventual ataque norteamericano. Y por tomar un ejemplo más cercano, todos los gobiernos españoles (UCD, PSOE y PP) han sabido, en mayor o menor medida, polarizar el contexto político entre partidarios o detractores de ETA sin conseguir jamás resolver la controversia de fondo.
El sistema actual se sustenta en buena medida porque se presenta como el único discurso válido frente a la temible y acuciante amenaza que supone el adversario. Dicho enemigo puede ser ficticio o real, pero cuanto más verosímil se dibuje a éste, mayores son las posibilidades de que el discurso del miedo cale entre la población. Generalmente suele adoptarse como tal a una minoría por lo general inofensiva y opositora al "statu quo": los gitanos en Italia, el independentismo vasco en España o la disidencia en Cuba.
Frente a este desconcierto y pánico generalizado, sólo cabe una solución posible: conocer al otro mediante el diálogo y comprender la realidad desde las dos supuestas polaridades que nos plantean, de tal modo que podamos percibir el presunto problema en su justo grado. Esto es, que por lo general ni el lobo es tan fiero como lo dibujan, ni el cordero salvador tan inocente como se pretende y que además existe una paleta de colores intermedios entre el blanco nuclear y el negro defunción.
jueves, 2 de octubre de 2008
El "no" virtuoso
Me preguntaréis porque diserto tanto sobre un cambio de modelo económico, social y ambiental y no ofrezco alternativas concretas del día a día para llevarlo a cabo de un modo progresivo.
Podría dispersarme entre un marasmo de posibles respuestas o soluciones parciales a problemas cotidianos (intenta minimizar los viajes en avión o vehículo privado, no emplees bolsas de plástico, recicla, apoya el comercio y la producción de alimentos local, prioriza los sentimientos positivos, crea sin destruir, ama a tus semejantes...), si bien considero que la clave del asunto es tan sencilla como saber decir "no" a tiempo.
Y ese "no" por respuesta en modo alguno implica una oposición sistemática, antes bien, un "no" valiente y osado es la afirmación de que existe un camino en positivo que se opone de raíz a ese que nos plantean y que parece poco menos que incontestable, admitiendo que quizá no todo ese planteamiento inicial sea rechazable en su conjunto.
A cada uno de los individuos que formamos la sociedad se nos ha educado para aceptar con mayor o menor resignación el futuro que se nos depara y no para cuestionar cual es nuestro porvenir y por que es ese nuestro destino y no otro distinto. Así, se nos inculca con prontitud una sociedad de clases, en la que el maestro imparte (verticalmente) su lección al alumno en un marcado aprendizaje unidireccional y es ese maestro quien nos reprende cuando incumplimos su mandato. El alumno, recién iniciado en la sociedad, comprende bien temprano que debe ceñirse a su guión, estudiar, más bien memorizar, lo que otros deciden conveniente para él, cuando ellos estiman oportuno y del modo que asumen correcto y con ello pasa a desempeñar un rol servil a merced del resto de las personas y del sistema al mismo tiempo.
La asunción de este papel y el "sí" resignado nos acompañan a lo largo de nuestra trayectoria vital y muy especialmente en el ambiente laboral o comercial. Se nos enseña que esperan de nosotros y en qué medida hasta...que nos soliviantamos y plantamos un "no" por respuesta.
Ese "no" trae aparejada por lo general una desaprobación social: ceños fruncidos, retiradas de palabra, miradas de desdén, gestos de reprobación en definitiva. El coste de nuestro atrevimiento. Y sin embargo, ese "no" virtuoso es una valiosa lección de autodescubrimiento, de autonomía, de autoafirmación y de apuesta inequívoca por la libertad individual.
Ese "no" inconformista y transgresor es el que, implícita o explícitamente, enarbolamos quienes nos oponemos a este desacertado modelo economicista del "tanto tienes, tanto vales", que no es otro que un "sí" a vivir en armonía con otros seres y en un entorno en paz, a ser felices sin perjudicar a nadie en un mundo en el que todas las voces sean escuchadas y cuyo modo de vida no sea un discurso único y hegemónico.
Podría dispersarme entre un marasmo de posibles respuestas o soluciones parciales a problemas cotidianos (intenta minimizar los viajes en avión o vehículo privado, no emplees bolsas de plástico, recicla, apoya el comercio y la producción de alimentos local, prioriza los sentimientos positivos, crea sin destruir, ama a tus semejantes...), si bien considero que la clave del asunto es tan sencilla como saber decir "no" a tiempo.
Y ese "no" por respuesta en modo alguno implica una oposición sistemática, antes bien, un "no" valiente y osado es la afirmación de que existe un camino en positivo que se opone de raíz a ese que nos plantean y que parece poco menos que incontestable, admitiendo que quizá no todo ese planteamiento inicial sea rechazable en su conjunto.
A cada uno de los individuos que formamos la sociedad se nos ha educado para aceptar con mayor o menor resignación el futuro que se nos depara y no para cuestionar cual es nuestro porvenir y por que es ese nuestro destino y no otro distinto. Así, se nos inculca con prontitud una sociedad de clases, en la que el maestro imparte (verticalmente) su lección al alumno en un marcado aprendizaje unidireccional y es ese maestro quien nos reprende cuando incumplimos su mandato. El alumno, recién iniciado en la sociedad, comprende bien temprano que debe ceñirse a su guión, estudiar, más bien memorizar, lo que otros deciden conveniente para él, cuando ellos estiman oportuno y del modo que asumen correcto y con ello pasa a desempeñar un rol servil a merced del resto de las personas y del sistema al mismo tiempo.
La asunción de este papel y el "sí" resignado nos acompañan a lo largo de nuestra trayectoria vital y muy especialmente en el ambiente laboral o comercial. Se nos enseña que esperan de nosotros y en qué medida hasta...que nos soliviantamos y plantamos un "no" por respuesta.
Ese "no" trae aparejada por lo general una desaprobación social: ceños fruncidos, retiradas de palabra, miradas de desdén, gestos de reprobación en definitiva. El coste de nuestro atrevimiento. Y sin embargo, ese "no" virtuoso es una valiosa lección de autodescubrimiento, de autonomía, de autoafirmación y de apuesta inequívoca por la libertad individual.
Ese "no" inconformista y transgresor es el que, implícita o explícitamente, enarbolamos quienes nos oponemos a este desacertado modelo economicista del "tanto tienes, tanto vales", que no es otro que un "sí" a vivir en armonía con otros seres y en un entorno en paz, a ser felices sin perjudicar a nadie en un mundo en el que todas las voces sean escuchadas y cuyo modo de vida no sea un discurso único y hegemónico.
miércoles, 1 de octubre de 2008
Ni capitalismo, ni comunismo...decrecentismo
En efecto, nuestro cuestionamiento del sistema actual no debe ceñirse en exclusiva a la crítica cruel y despiadada hacia esa irresponsabilidad que representa el hecho de que deleguemos en "la mano invisible" y ajena del mercado el manejo de todo, como el Gran Hermano que dibujaba George Orwell en su novela 1984.
Aún en el supuesto de que el estado controle las dinámicas de producción de alimentos, bienes y servicios, si semejante proceso permanece envenenado por la lógica maquiavélica del discurso productivista (producir a destajo en el menor tiempo posible), las personas nos transformaremos inexorablemente, por obra y gracia del discurso hegemónico, en tornillos de la máquina de demoler: el despilfarro de riquezas naturales continuará a su ritmo, la apropiación y destrucción de territorios será un no parar, desaparecerán las especies, los espacios y los procesos que tenían lugar en los ecosistemas, se exacerbarán las temibles consecuencias del cambio global afectando más a quien menos lo merece y así consecuentemente.
Al fin y al cabo, como leía por ahí, tan nefasto es el petróleo neoliberal (capitalista de mercado), como el comunista (o capitalista de estado). El medio no atiende a ideologías y huelga mencionar ejemplos de uno u otro signo, que nos son tan obvios y cercanos.
El proceso de cambio debe serlo también de superación de modelos caducos y anquilosados en el pasado. Ya no cabe otra elección posible, dado que nuestro empecinamiento y nuestra fé infinita en la inagotabilidad de recursos procurada por los prodigios de la ciencia, se ha encontrado sin elegirlo con la finitud de la biosfera y la incapacidad del medio para sostener un tren de vida como el actual "sine die".
De tal modo que si perseguimos mantenernos con vida (pues de eso trata el concepto de sostenibilidad), es más: con una vida digna de ser vivida, debemos apostar decididamente por articular una alternativa más respetuosa con otras personas, léase conviviendo felizmente y repartiendo equitativamente la riqueza, y con el medio, sin exprimirlo al máximo en busca de réditos económicos y respetando sus capacidades productivas y de regeneración de recursos y su resiliencia (capacidad para readaptarse a las perturbaciones que sobre él ejerzamos). Sólo así evitaremos estrellarnos contra un muro sólido e infranqueable.
Aún en el supuesto de que el estado controle las dinámicas de producción de alimentos, bienes y servicios, si semejante proceso permanece envenenado por la lógica maquiavélica del discurso productivista (producir a destajo en el menor tiempo posible), las personas nos transformaremos inexorablemente, por obra y gracia del discurso hegemónico, en tornillos de la máquina de demoler: el despilfarro de riquezas naturales continuará a su ritmo, la apropiación y destrucción de territorios será un no parar, desaparecerán las especies, los espacios y los procesos que tenían lugar en los ecosistemas, se exacerbarán las temibles consecuencias del cambio global afectando más a quien menos lo merece y así consecuentemente.
Al fin y al cabo, como leía por ahí, tan nefasto es el petróleo neoliberal (capitalista de mercado), como el comunista (o capitalista de estado). El medio no atiende a ideologías y huelga mencionar ejemplos de uno u otro signo, que nos son tan obvios y cercanos.
El proceso de cambio debe serlo también de superación de modelos caducos y anquilosados en el pasado. Ya no cabe otra elección posible, dado que nuestro empecinamiento y nuestra fé infinita en la inagotabilidad de recursos procurada por los prodigios de la ciencia, se ha encontrado sin elegirlo con la finitud de la biosfera y la incapacidad del medio para sostener un tren de vida como el actual "sine die".
De tal modo que si perseguimos mantenernos con vida (pues de eso trata el concepto de sostenibilidad), es más: con una vida digna de ser vivida, debemos apostar decididamente por articular una alternativa más respetuosa con otras personas, léase conviviendo felizmente y repartiendo equitativamente la riqueza, y con el medio, sin exprimirlo al máximo en busca de réditos económicos y respetando sus capacidades productivas y de regeneración de recursos y su resiliencia (capacidad para readaptarse a las perturbaciones que sobre él ejerzamos). Sólo así evitaremos estrellarnos contra un muro sólido e infranqueable.
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