A la criatura la fueron matando. Poquito a poquito y sin apenas darse cuenta. Creían en ella a pies juntillas. Era su dogma de fé. Su invisible mano sacra. Confiaban ciegamente en sus beneficios sociales, en su proverbial capacidad para resolver conflictos, en su infinita equidad, en su innato talento para repartir justicia, paz y riquezas...pero lamentablemente su fuerza se fue desvaneciendo, sus músculos debilitándose y su corazón apagándose sin remedio.
Quizá se la hubieran cargado entre todos. Quizá dejaran que se muriera. Los unos culpaban a los otros y los otros a los unos. Tanto daba a ojos de la criatura. El caso es que la criatura se encontraba ya en estado terminal. El cáncer ya había metastasiado y los tratamientos paliativos no harían sino prolongar la agonía. Expandir en el tiempo la no-vida de la criatura. Prolongar por exceso los estertores, esos intantes catatónicos en los que suspiras por un final digno. O breve y exento de sufrimiento, al menos.
Y sin embargo todos se volcaban en la recuperación de lo irrecuperable, en reconstruir el edificio sobre unos pilares de madera deteriorados por la carcoma. Como si tras el fallecimiento de la criatura no hubiera nada. La cuidaban, mimaban y brindaban todo el cariño que no supieron darle en vida, pues en vida la abandonaron a su suerte. Siempre he sido de la opinión de que tus aportes son más provechosos y gozosos con cuanta mayor capacidad de aprehensión estés dispuesto a recibirlos. Lo contrario es darse de bruces contra un muro sin sentido.
Y sin embargo, todos se empeñaban en aferrarse al delirio, en agarrarse al último hálito de no-vida (o de lo que resta de vida agonizante), en asirse a un clavo ardiendo que se consume incinerándose. Sin darse cuenta de que todo el esfuerzo y los recursos invertidos en la criatura irán a parar a muchas otras que aún están por venir y que sabrán aprovechar tanto mejor su herencia, al no dilapidarla repentina y arbitrariamente. Para construir un mundo en el que quepan muchos mundos. Y en el que el disfrute de algunos no sea a merced del sufrimiento del resto.
"Hablo de muerte en vida, instinto suicida. ¡No! Ni pan, ni agua. Para mí que quien elige ese camino está loco" (La Mala Rodríguez, 2004).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario