Un problema no puede ni debe resolverse con la misma mentalidad que lo creó.
Parece obvio. Aplicando nuevamente un posicionamiento erróneo que está inserto en la misma raíz del conflicto, no hará sino abundar en su enmarañamiento y avanzar en el sendero obstuso de la irresolubilidad.
Bien, pues un planteamiento tan de perogrullo como éste, parece no afianzarse entre nuestra "clase" política (ponedle nombre y apellidos si así os resulta más sencillo de comprender), que acude a empresarios, banqueros o a otras fuentes neoliberales en busca de respuestas a una crisis de la que fueron absolutos cómplices, incluso instigadores y que, aún hoy, supone una perfecta excusa para lucrarse a costa del ciudadano de a pie.
Los artífices de la situación actual somos todos, si bien el grado de responsabilidad que debe atribuírsenos a cada cual es variable. Todos y cada uno de nosotros padecemos desde hace tiempo un síndrome de Diógenes de vanguardia. Me explico: nos dedicamos en cuerpo y alma a atesorar compulsivamente todo aquello que tiene algún valor (añadido al de su mero uso práctico) y más aún si posee la etiqueta de "novedoso" o "lo último en" (electrónica, tecnología...). Instalados en este egoísmo depauperante, somos capaces de mostrar nuestras fauces y el rostro más deshumanizado ante los demás seres (instigar guerras por minerales o petróleo) y ante el entorno que nos sustenta (esquilmar los caladeros de peces, contaminar cosechas con fitosanitarios y organismos modificados genéticamente...).
Creemos que tener más, consumir más, aparentar más...nos hará mejores. Y es ese absurdo dogma de fé irracional el que nos ha posicionado al borde del abismo. El sistema está colapsado, ya nadie lo discute. La especulación ha tocado a su fin. Las empresas quiebran, los trabajadores son despedidos en masa (expedientes de regulación de empleo) y las bolsas se desploman. Emergen voces alertando de lo inadecuado de proyectar el capitalismo a futuro incluso entre los acérrimos de éste. Es tiempo de reflexionar desde otra mentalidad distinta. Sin prisas, pero sin pausas, ya que no nos queda mucho tiempo para adoptar decisiones. Decisiones de las que depende nuestra continuidad como especie en un planeta desbordado.
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