Sin embargo, sorprende que la razón de la expiración de la civilización maya en sentido estricto, siempre ha permanecido envuelta por un velo de misterio. Tratemos de desentramarla.
Los grandes núcleos poblacionales, las urbes mayas (Tikal, Toniná, Yaxchilán...) con sus imponentes pirámides y templos, vivieron su período de máximo esplendor en los siglos IX y X. Se trataba más bien de territorios independientes que guerreaban contínuamente entre sí para conquistarse. Resulta que sin planteárselo, se vieron sorprendidos por el fenómeno climático de "El Niño" (cambio en el sentido de giro en las masas de aire, que repercute en las corrientes marinas), que debilitó gravemente la producción agrícola de maíz ("ixim"), el principal sustento alimenticio de la población maya. En una sociedad con gran arraigo espiritual, se trató de achacar la escasez de recursos a la ineficiente comunicación divina de sus sacerdotes.
En realidad y salvando las consideraciones de índole espiritual, la civilización fracasó al imponer un modelo de sociedad competitivo, al sobreestimar la capacidad de la tierra para producir sin restricciones y al subestimar las repercusiones de un fenómeno ecológico de dramáticas consecuencias, que asola períodicamente dichos territorios.
Tres elementos críticos (competitividad social, escasez de recursos naturales y fluctuaciones climáticas), que debieran impulsarnos a reflexionar reposadamente sobre la viabilidad de los modos de producción y consumo de nuestra propia sociedad.
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