jueves, 25 de septiembre de 2008

Tras las rejas

Hoy me vais a permitir una licencia tras una semana de silencio. No tengo intención de hablaros sobre las maldades de la economía de mercado (pues hasta Bush nacionaliza últimamente empresas para corregir los "fallos del mercado"), sobre lo absurdo de según que "avances científicos" (¿un acelerador de partículas para analizar el principio del universo?), sobre la obstinación por el crecimiento del sacrosanto PIB o sobre malos hábitos cotidianos que hipotecan nuestro futuro y el presente de muchos. Hoy quiero hablaros de las cárceles.

Y acudo al método habitual para preguntarme dudas tan elementales como ¿qué son las cárceles? ¿qué función desempeñan? ¿por qué se encarcela? ¿a quién se encarcela? ¿cuándo se encarcela? Es decir indago en las célebres W´s que todo periodista modélico debería referenciar en sus escritos.

Si partimos de la base de considerar una cárcel bien como centro de reeducación o reinserción social (su acepción más eufemística), bien como local destinado a la reclusión de presos (la entrada que aporta la Real Academia Española), entonces estaremos reconociendo un error implícito en el sistema: si se educa correctamente, ¿por qué habría que reeduca o reinsertar? Si vivimos en una sociedad libre y democrática, ¿en base a qué se apresa?

En una sociedad regida por una normativa de conducta bastante estricta y encorsetada (¿habéis osado contradecir lo que la educación "institucional" os ha inculcado? Apreciaréis mi afirmación en todo su esplendor), todo aquel que disiente de ésta es susceptible de ser considerado amoral, antisocial o algún calificativo aún peor. En función del grado incumplimiento de dicho códice de actuación, variable según el régimen político y apenas moldeable o adaptable a las coyunturas personales, la persona (¡¡antes que ciudadano o consumidor somos personas!!) es sancionada en mayor o menor medida (desde una reprimenda hasta la privación de su libertad).

En el peor de los supuestos tras infringir el código, os encontraréis recluídos en un centro de internamiento como tantas otras personas en un lapso temporal prefijado y dictado generalmente por un sólo juez "omnisciente". ¿Cuántas de ellas son realmente culpables del delito que se les imputó? ¿Opera la justicia con idéntico rasero para el millonario que puede costearse un bufete de abogados que para quien que proviene del último extracto social y ha de conformarse con el abogado de oficio? ¿A cuántas de ellas creéis que se reeduca o reinserta en la sociedad? ¿Consideráis que el paso por la penitenciaría es inocuo o realmente deja secuelas? Os invito a reflexionar, formulando respuestas sinceras con vosotros mismos y una vez realizado el ejercicio, a proyectarlo en vuestra conducta diaria para reverter la situación.

2 comentarios:

Haiku dijo...

No creo

Haiku dijo...

Perdón por el comentario anterior, que se me ha escapado sin querer.

No estoy de acuerdo en lo que dices, de forma general.

En primer lugar, no creo que nadie piense que el sistema educativo de la sociedad sea perfecto.Tampoco creo que la existencia de las cárceles suponga ese reconocimiento Asimismo tampoco creo que vivamos dentro de una "normativa de conducta estricta y encosertada". El principio es claro: tu libertad acaba donde empieza la de los demás. Claro que este principio nos puede llevar a una discusión más profunda, pero eso lo podemos hablar más detenidamente tomando un té. La libertad no es hacer lo que a uno le parezca en el momento que considere. Más que nada porque se convive. Yo trataría otra cuestión acerca del tema de las cárceles: las oportunidades educativas que han tenido las personas que están en ellas.

Hablas también, como he dicho antes, del código de conducta imperante en la sociedad. Estoy de acuerdo contigo que actualmente existe una mayor intolerancia a la disidencia que, a lo mejor, hace 30 años. Deberíamos plantearnos esa cuestión con detenimiento en el totalitarismo democrático en el que vivimos. Paradójicamente la democracia liberal ha convertido al crítico en "reaccionario". Qué forma sutil y perversa de dar la vuelta a la tortilla.

Siento ser tan desordenado y telegráfico en mi opinión, pero por aquí me presionan. Ya sabes.

Un saludo.