Si tuvieras conocimiento de que algún individuo cercano a ti, pongamos un familiar, amigo o vecino, lleva años atesorando una colección en la que ha depositado toda su ilusión y dedicación o una fortuna para poder vivir dignamente durante lo que le resta de vida, ¿la dilapidarías en cuestión de días a sabiendas de que dicho "tesoro" es único e irrepetible?
Bien, pues sea cual sea la respuesta a esta duda que nos horada, lo que es bien cierto es que nuestra especie se ha encargado de consumir en cuestión de decenios una herencia que el planeta se había encargado de acumular durante milenios, el oro negro. ¿Por qué? El motivo es trivial, básicamente nos ha sido muy económico extraerlo de la tierra mientras sus yacimientos ha sido abundantes. Hasta el punto de considerar que dicho recurso era en la práctica inagotable, haciendo gala de una cortitud de miras que haría palidecer a cualquier otra especie. Además, energéticamente nos ha reportado unos beneficios a corto plazo, fruto de lo "económico" de su extracción (el cociente EROI que divide la energía obtenida entre la enrgía invertida para obtenerla es, con creces, el de mayor cuantía de las energías existentes).
Sobre ese pilar tan endeble hemos edificado un sistema económico, el capitalismo, confiando nuestra suerte a las "incontables virtudes" de dicho material y a su presunta abundancia, con lo que nos hemos dedicado a expandir nuestro dominios sobre la tierra con una insana prepotencia antropocentrista (como especie presuntamente inteligente que nos preciamos de ser).
Hemos acumulado objetos de toda clase y condición. Es más, hemos objetivado especies, espacios y procesos para transformarlos en una mercancia más que introducir en un comercio que no conoce límites y cuyas barreras son tan difusas que todo es susceptible de ser incluido en él. Y hemos alcanzado la patología al considerar que todo aquello que no era monetarizable o que extravasaba las fronteras del comercio, no era digno de ser tenido en cuenta.
Pero con todo el dolor de nuestro corazón, el dichoso material se ha ido agotando a pasos agigantados y sus yacimientos han ido expirando conforme íbamos aumentando demográficamente y conforme nuestro nivel de consumo se ha haciendo pronunciadamente mayor. Y ahora que no recordamos que se puede vivir de otro modo, que ignoramos el significado real de la palabra austeridad y que admiramos con ceguera complaciente cualquier avance de la tecnología, porque es sinónimo de progreso o de avance, lamentamos profundamente que así sea.
Aunque confiamos en la panacea de que alguien llegue y con su varita mágica solvente tamaño desaguisado (las energías renovables que apenas han sido implantadas, la energía nuclear cuyas fugas hacen fluir cada jornada ríos de tinta...). Si bien, cabe apreciar que las fórmulas mágicas no existen. Jamás han existido. Lo que sí existe es el esfuerzo de autocontención, el sacrificio personal de reducir individualmente los patrones actuales de consumo exacerbado y el empeño en reconducir nuestro destino hacia la simplicidad voluntaria o nos veremos abocados al fracaso colectivo. No hay más.
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