¡¡Aviso para navegantes!! Lo que hoy voy a escribir puede herir la sensibilidad de las conciencias más políticamente correctas (¿aún queda alguna que me lea a estas alturas?), así que se recomienda a estas abstenerse y dedicar su tiempo a actividades más livianas y que exijan un uso más limitado y prudente de su neocortex cerebral. Gracias de antemano.
Sentado esto, debo confesaros mi escepticismo ante algunos logros sociales que se nos disfrazan como tal sin serlo en realidad. Si la presunta igualdad de la mujer me provoca un cierto sentimiento de hilaridad (¿alguna vez se han librado definitivamente del yugo de las tareas del hogar o el cuidado de la prole?), el colmo lo alcanzo con la supuesta liberación de los homosexuales.
Huelga decir que yo no siento rechazo alguno por las personas que gustan de relacionarse con los de su mismo sexo. Cada cual es muy libre de elegir a su pareja en función de sus gustos, preferencias y condición sexual. Lo que ciertamente me molesta es que "hazañas" tales como la ley del matrimonio homosexual o el día del orgullo gay, hayan sido aprovechados torticeramente desde un punto de vista lucrativo.
Estereotipar ha sido, desde tiempos inmemoriales, ciertamente rentable en términos estrictamente monetarios para aquellos que comercian con nuestros gustos y placeres. Así, el que se autoimpone la etiqueta de, pongamos, pijo, skinhead o siniestro a imagen y semejanza de su entorno (amigos, familiares, ídolos), le espera a la vuelta de la esquina una industria estética (y dudosamente ética) dispuesta a exprimirle la cartera hasta sus últimas consecuencias. Con los homosexuales ocurre exactamente lo mismo, con el matiz de que los reclamos comerciales invitan al gay o a la lesbiana a "marcar distancia" con el o la heterosexual para que quede bien patente su "distintiva condición".
Y así y sin apenas percatarnos, pues la sociedad del espectáculo es sutil y refinada hasta el paroxismo para absorberlo y asimilarlo todo (léase al lúcido Guy Debord y sus compañeros de la Internacional Situacionista), se consigue segregar al "recién nacido" colectivo del resto de los mortales y se le dispone en un barrio o ciudad creado o transformado "ad hoc" (Sitges, Chueca), con sus comercios y locales de ocio dirigidos a él, se crea un símbolo sencillo para que este se identifique (la bandera arco iris), se editan revistas (Shangay, Zero) y proliferan propuestas de ocio/recreo estereotipadas con artistas que se suman al nuevo mercado (Alaska, Mónica Naranjo, Hidrogenesse, Astrud...la lista en inmensa)...edificando en último término un entramado cultural rosa que, en tanto que tal, supone un gasto monetario rosa del que lucrarse sin ambajes.
Eso por no mencionar el "caso específico" de las lesbianas que aún viven su condición sexual en el más escupuloso secreto por temor a represalias machistas de mujeres y hombres (comentarios desagradables, despidos laborales, desacreditación, rechazo social), mientras son objeto de deseo por parte de estos últimos que no dudan en incluirlas como un elemento más del erotismo que los excita en un insano ejercicio de hipocresía moral.
Así que, como imagino que algún homosexual leerá estas líneas, le incito abiertamente a desmarcarse del tópico manido y del estereotipo, a huir del consumo rosa y a marcar su propia hoja de ruta vital alejada de lo que el oficialismo gay/lésbico dicta. ¡Ánimo!
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