Unos siete kilómetros al Norte de la actual ciudad de Soria se ubicaba tiempo atrás el asentamiento celtibérico de Numancia, del que hoy tan solo se conservan sus ruinas.
Dichas ruinas, que a ojos de un neófito observador pueden tener un valor relativo, fueron declaradas bien de interés cultural (BIC) en 1882 y anualmente se celebran allí campañas estivales de excavado y posterior análisis del registro arqueológico por parte de un equipo humano de la Universidad Complutense de Madrid comandado por Alfredo Jimeno y subvencionado con fondos procedentes de la Junta de Castilla y León.
Históricamente, Numancia sufrió el acoso de las tropas romanas encabezadas por el general Publio Escipión en la segunda mitad del siglo II A.C. Se cuenta que Escipión impuso a su hombres un régimen de austeridad durante el sitiado y conquista de la ciudad celtibérica y que pese a resultar franca minoría, en una proporción que llegó a resultar tan desfavorable como 3 a 1 y rodeados por murallas y torres, los aguerridos numantinos resistieron con vehemencia el ataque romano hasta el punto de producirse un suicidio colectivo cuando ya se aclamaba su derrota para no ser sometidos como esclavos.
Paralelismos de la historia, hoy la ciudadanía soriana, como en su momento la numantina, sufre el paulatino asedio del urbanismo aterrador, que pretende hacer de la histórica región un antinómico proyecto que responde al asombroso apelativo de Ciudad del Medio Ambiente. Un maremágnum de 800 viviendas, hotel, oficinas, escuela de equitación y parque industrial para satisfacer a una población que, paradógicamente, cada vez puebla en menor número la provincia castellano leonesa.
Frente a ello y como respuesta denodada, el movimiento Salvemos Numancia ha roto una lanza en favor de la preservación intacta de los yacimientos con la proposición de declarar a estos bien patrimonio de la humanidad por parte de la UNESCO e impedir con ello que sean pasto de la voracidad especulativa del lobby inmobiliario.
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