Cuando se aproxima la época estival, comienzan a emerger en nuestra mente planes vacacionales de toda clase y condición desde el despilfarrador viaje de "la pulserita" al Caribe, entorno soñado por tantos obreros de a pie, hasta la sempiterna visita a caserón familiar ubicado en un recóndito pueblecito de las Castillas, pasando por la quincenita de turno en las atestadas villas costeras de Levante.
Para esos a los que nos inquieta diariamente lo que pueda acontecer en este planeta y muy especialmente el futuro del mismo, plantearse las vacaciones puede derivar en un quebradero de cabeza más: ¿cómo hacer compatible la intención de no dañar más la biosfera, no contribuir a abundar en las desigualdades sociales y el disfrute de una jornadas de relax en compañía de nuestros seres queridos?
En primer lugar cabe plantearse el medio de transporte. Lo más sensato es evitar tomar un avión, como modo más contaminante y aunque aparentemente barato en términos monetarios por el afloramiento de las compañías de vuelo barato, ciertamente el más costoso ambientalmente hablando en cuanto a emisiones de dióxido de carbono. El coche parece poco aconsejable salvo que vaya a emplearse en compañía de otras personas en dirección a entornos donde no se dañe el patrimonio cultural o natural. Y en esta línea desde luego parece más pertinente optar por rutas ciclistas o por tren o tranvía si la distancia así lo requiere.
Para continuar una opción interesante es visitar aquellos entornos a los que, pese a su cercanía, jamás has tenido ocasión de aproximarte, sea por desconocimiento, porque nunca te lo hayas planteado, porque no hayas dispuesto del tiempo suficiente para ello o por cualquier otro motivo "comodín". Aprovechar la excusa para reconciliarte y reconciliar a los tuyos, especialmente hijos y sobrinos, con los procesos productivos de la naturaleza es una opción digna de ser considerada (¿qué mejor educación ambiental que la que se experimenta en priemra persona?), así como el turismo rural sostenible, que ofrece eventuales marchas a pie o en bicicleta para explorar bellos espacios en pleno corazón de la naturaleza.
Un consejo afortunado es implementar aquello de "donde fueres, haz lo que vieres". Es decir, allá donde vayas, procura amoldarte en la medida de lo posible a los usos y costumbres locales. Empápate de su cultura, vívela intensamente y sé respetuoso al máximo para que así resulte una experiencia gratificante para quien te acoge y para ti mismo. Consume productos cultivados o preparados localmente, así potenciarás su economía y contribuirás a perpetuar una cultura en el tiempo. Incluso ayúdales a elaborarlos o colabora en sus quehaceres cotidianos.
No seas en ningún caso cómplice de los desmadres urbanísticos o de todas esas prácticas que se han apropiado del recurso suelo con fines estrictamente crematísticos (campos de golf...). El urbanismo desconsiderado ha sido históricamente uno de los "peores tragos" que el suelo ha sufrido en carne propia y justificarlo acudiendo a las macrourbanizaciones o a los complejos turístico-hoteleros en primera línea de costa o levantados en medio de un especio natural protegido no califica con adjetivos positivos a quien lo realiza.
Sé en todo momento consciente que se puede gozar sin infringir daño desperdiciando recursos, así que no derroches agua, consume lo mínimo, recicla tus residuos, no perturbes la calma que suele presidir los procesos de la naturaleza...
Y si persigues ir un pasito más allá, aprovecha tu tiempo de ocio para mejorar el entorno que visitas: involúcrate en campos de trabajo, campamentos educativos, asóciate y colabora con ONGs, pues nunca sabes quien puede necesitar de tu consejo, tu ayuda o tu saber. El altruismo y saberte útil te proporciona una sensación de bienestar incomparable.
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