Una sociedad desideologizada y desprovista de valores sanos (altruismo, solidaridad, convivencia, concienciación con el proceso que atraviesa la humanidad) es mucho más susceptible de ser manipulada, deformada y alienada a su antojo por los poderes fácticos.
Una sociedad que no desarrolla su capacidad crítica (leyendo, formándose, documentándose, intercambiando conocimientos y opiniones) y creativa (el arte como expresión única y singular que plasma las inquietudes sociales latentes) al margen del orden establecido, es un pedacito maleable de plastilina apta para ser moldeada al arbitrio de grandes corporaciones transnacionales, los mass media y la clase política.
Y cuanto más enajenada y deshilvanada organizativamente se encuentra dicha sociedad, con una jerarquía plenamente establecida y afirmada de opinadores profesionales supeditados a intereses ilégitimos y un séquito inmenso de anestesiados coristas que repiten sin criterio alguno la señal-mantra que emiten dichos opinadores, más allanado se encuentra el terreno para que una falacia sea difundida y termine expandiéndose, alcanzando en tiempo récord cualquier rinconcito de este mundo en el que la información se propaga en exceso y produce una desensibilización alarmante en la ciudadanía.
Lo sabía Paul Joseph Goebbels cuando dijo aquello de "una mentira mil veces repetida se convierte en verdad", lo conocían a la perfección los gobernantes de la dictadura stalinista, que borraba páginas del libro de la historia a su antojo para adecuar esta a su cometido (convencer de que "cualquier tiempo pasado fue incuestionablemente peor") y no son menos conscientes de ello los actuales mandatarios y altos dirigentes, que se sirven del desconcierto y la aculturización reinante, para hacer y deshacer sin que se produzca una convulsión del entramado social, para decir y desdecir sin que nadie amague con reprochárselo, para aprovechar y desechar recursos con pasmosa velocidad sin que el lego se escandalice o, "en el mejor de los mundos posibles", se oponga abiertamente.
Y en este contexto parece complicado que la tan ansiada (para unos pocos, entre los que me incluyo) revolución se produzca en su máximo esplendor. Los condicionantes juegan en nuestra contra. El chip del consumismo se encuentra perfectamente instalado en la placa base de una mayor parte de las conciencias y extirparlo comvenientemente se va a convertir en una carrera de fondo, de innegable desgaste y de dudoso efecto, aunque deseable.
En cualquier caso, mi recomendación clínica para quienes me leen es que traten por sí mismos de desprogramarse para volver a hacerlo en modo "alter", de desaprender lo aprendido para procurar un hueco que llenar del conocimiento correcto, de ese que nos ayuda a crecer como personas y no como consumidores.
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