
Una vez el virus ha infectado todas y cada una de las células sirviéndose para ello de la maquinaria de estas, pues recordemos que el virus no tiene capacidad propia de producir vida, el camino se encontrará absolutamente expedito para que los agentes publicitarios efectúen su labor con total placidez y complacencia.
Estos especialistas de la seducción empeñarán todo su esfuerzo y creatividad en hacer sentir a la nueva "unidad elemental de consumo" la necesidad de adquirir tal o cual producto o servicio apelando a su susceptibilidad, a sus más bajos instintos (alimenticios, sexuales), a su sed de acumulación de riqueza y a su ansia de poder sobre todo/s lo/s demás, entre otras vilezas de la peor catadura moral.
El organismo, perfectamente anestesiado por una droga que le arrebata su libertad sutilmente, no procurará evitar su dependencia asumiendo una terapia que lo alejaría del mundanal contexto de vulgaridad y falsos paraísos, sino que acudirá periódicamente como fruta madura al eventual traficante de sueños de artificio en busca de su dosis. Dosis que, dicho sea de paso, habrá de ir en aumento, puesto que sólo se ese modo saciará su creciente ansia.
De lo contrario y como previsiblemente ocurrirá, la frustración y la depresión se irán apoderando de él y le sumirán en un síndrome de abstinencia consumista, que sólo podrá ser contestado por prácticas austeras de simplicidad voluntaria. De no ser así, todo acto redundará en su penosa situación.
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