Algunos afortunados hemos ido adquiriendo con el tiempo una serie de vicios y entre ellos, nos hemos malacostumbrado a que cada vez que se nos antoje, acudamos al grifo y éste jamás nos niegue nuestro adquirido derecho a disfrutar del agua para aquello que consideremos oportuno, sea pertinente o no.
Otros, los desheredados, que nacieron estigmatizados como habitantes del Sur con todas sus consecuencias (conquistados por los colonialistas norteños, esclavizados como mano de obra o fuerza de trabajo, sometidos como humanos de segunda clase, expropiados de sus derechos fundamentales, despojados de sus recursos, hipotecados por no poder permitirse acceder a la técnica...), no tienen tanta fortuna y han de recorrer caminos interminables, incluso podría afirmarse que eternos, para apropiarse de cantidades ínfimas del recurso con las que cargar como penitencia durante el transcurso del camino de regreso al campamento base. Y eso por no mencionar que el agua que recogen en dichos recipientes puede estar contaminada por mil y un agentes infecciosos o patógenos.
Los afortunados, ante la "evidente" abundancia del recurso, jamás nos hemos cuestionado sus limitaciones y hemos realizado un consumo desmesurado y despilfarrador como suele ser habitual en una sociedad presidida por el dispendio y la acumulación. Hicimos de ríos, lagos y mares nuestro patrimonio, nuestra pertenencia más bien. Y canalizamos y apresamos los primeros para abastecer a las poblaciones de líquido y alimentos (y posteriormente nos permitimos un empleo lúdico del recurso), extragimos agua a conciencia de los segundos sin importarnos en exceso que fueran a agotarse o la fauna y flora que los habitaba y empleamos los mares y océanos como un canal inmaculado para colonizar nuevos mundos, que pasaron a ser de nuestra propiedad.
En esos mundos colonizados, quienes los habitaban, los nadie fueron desde bien temprano conscientes de lo restrictivo de su acceso al recurso e intentaron que cada gota de dicha agua fue aprovechada hasta sus últimas consecuencias, haciendo de la eficiencia no únicamente su leitmotiv, sino su propia salvación como individuos. Y así, redujeron, reutilizaron y reciclaron no con miramientos a preservar el planeta, sino como condición sine qua non para mantenerse con vida. Y probablemente vertieran sin conciencia contaminantes o aguas fecales a los ríos. Y probablemente tomaran aguas en mal estado, de tonalidades anaranjadas que producirían auténtico pudor a los norteños y enfermedades digestivas en los sureños. Pero, ¿quién tiene autoridad para recriminarles que lo hicieran cuando su acceso al agua era tan exiguo y restrictivo por una distribución inapropiada del recurso?
Y así, unos y otros, por muy diferentes motivaciones, fuimos malgastando, depauperando y agotando un pilar fundamental para la vida, sin el cual esta tomaría un rumbo radicalmente distinto en el caso de que pudiera llevarse a cabo. Y puede que cuando meditemos friamente sobre la inconsciencia de lo realizado, nos recorra el cuerpo un escalofrío e irrumpamos en sollozos ante la imposibilidad de solucionarlo satisfactoriamente. Y puede que con nuestra actitud tengamos la oportunidad de cambiar este rumbo errático actuando desde ya. ¿Quién sabe?
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