¿En cuántas ocasiones habréis escuchado a vuestra madre aquello de "¡¡niño, con la comida no se juega!!"? Imagino que al menos unas cuantas y concentradas singularmente en vuestra etapa infantil.
Pues resulta que últimamente se ha despertado una alarma, a nivel de mandatarios mundiales, sobre el hambre. Se acaban de percatar que hay actualmente en el mundo 850 millones de personas que pasan hambre severa (es decir idéntica cifra que hace 15 años), que cada 30 segundos fallece un niño en el mundo como consecuencia de ello y 2.500 personas lo hacen diariamente por inanición.
Las causas son varias: el incremento brutal que ha sufrido el precio del petróleo (ha duplicado su precio en menos de 3 años), el aumento en el consumo de los habitantes de países con economías emergentes (un chino consume al año 50 kilos de carne frente a los 12 del racionamiento comunista de 1980), el auge de la población mundial (4.000 millones de nuevos habitantes terraqueos en medio siglo), el apogeo de los biocombustibles de primera generación (bioetanol procedente del azúcar, la remolacha, el trigo, la cebada y el maíz; biodiesel procedente de aceites vegetales y grasas animales), las políticas proteccionistas (subsidios a las exportaciones que provocan el "dumping ecológico y mercantil"), las malas cosechas como consecuencia de los fenómenos climáticos (sequías, desertificación) y lo más lacerante del todo: se está comenzando a especular con las futuras cosechas (el fondo japonés Daiwa).
La FAO (Organización de Naciones Unidas para el Alimento y la Agricultura) ha activado las luces de emergencia convocando una Cumbre sobre la Seguridad Alimentaria Mundial: los Desafíos del Cambio Climático y la Bioenergía. Como ocurre habitualmente, ha deparado opiniones de todo tipo: Mahmud Ahmadineyad culpa al sistema capitalista y a la ausencia de dirigentes "puros y monoteístas"; Lula Da Silva defiende con vehemencia el bioetanol, no obstante es el principal exportador mundial; Cristina Fernández de Kirchner, atenazada por las revueltas campesinas, lo achaca a una deficiente red de distribución; Zapatero y Sarkozy entonan el "mea culpa" en base a sus subsidios proteccionistas y prometen destinar fondos específicos...
Muchas voces guiadas por intereses propios y escasa voluntad de solventar un conflicto de primer orden. Las posibles soluciones pueden parecer obvias, pero conviene remarcarlas: priorizar el valor de uso (alimentarse) sobre el valor de cambio (biocombustibles, especulación); reducir al mínimo los subsidios a la exportación para evitar el dumping; producir y consumir localmente evitando emplear fitosanitarios para no contribuir al uso derrochador de petróleo; penalizar a los inversores que especulan con los alimentos; fomentar las energías renovables (eólica, solar, magnética, no así los biocombustibles obviamente) para independizarnos de las no renovables (uranio, carbón, petróleo, gas) y decrecer (o al menos no continuar la escalada) poblacionalmente y en consumo personal. Tan sencillo como suena.
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