No sé si a vosotros os ocurrirá lo mismo, pero a veces tengo la sensación de estar subido a un tren (de progreso, de crecimiento, de derroche y acumulación) que se va a estrellar irremediablemente contra un muro (la capacidad de carga de la biosfera) y al que nadie me ha invitado a subir. Sencillamente, han supuesto que mi voluntad era esa y no la contraria.
"No veo que haya motivo para congratularse de que personas que son ya más ricas de lo que nadie necesita ser, hayan doblado sus medios de consumir cosas que producen poco o ningún placer, excepto como representativas de riqueza" (John Stuart Mill, 1848)
Como demuestra el economista Mill (¡ojo, no digo economista ecológico, bioeconomista o economista ambiental!), hace tiempo que nos percatamos de que nuestro modo de vida era inviable a largo plazo y aún así seguimos empecinados en mantenerlo contra viento y marea (¡qué nadie cuestione el crecimiento del sacrosanto PIB!). Cueste lo que cueste (deterioro ambiental) y caiga quien caiga (subdesarrollo, pobreza y exclusión social).
Así que no puedo menos que pedirles que enderecen el rumbo, pues no basta con aminorar la marcha en idéntica dirección (desarrollo sostenible), dado que esto supondría prolongar la agonía de un impacto que de cualquier modo terminaría por producirse.
De lo contrario y si no me ofrecen alternativa, me veré en la obligación de solicitarles, educadamente eso sí, que "paren el mundo, que me bajo" (Groucho Marx).
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