El rostro compungido de Marcos se oculta tras el sempiterno pasamontañas negro y bajo la visera de color parduzco. No por vergüenza, sino por temor a represalias. Por miedo a que los lacayos del capital adopten actitudes represoras contra su persona.
Los paramilitares acechan contínuamente Selva Lacandona y territorios circundantes, en la región mexicana de Chiapas, a la captura de un guerrillero indígena, de un ciudadano inconformista con el actual estado de las cosas, de una personita humilde a la que le ha sido usurpado su derecho legítimo a una vida digna.
Su mirada alicaida no niega lo adverso de la situación, pero su proverbial palabra alumbra siempre con esperanza, con la providencia de quien sabe que, pasito a pasito, los objetivos se irán cumpliendo, que al final del sendero se hará justicia social y se hará para la totalidad de la población, no para un reducto de privilegiados.
La toma de San Cristóbal de las Casas hace ahora 14 años, no fue un brindis al sol, un "happening" espontáneo, una pica en Flandes, sino una clarísima llamada de atención a los gobernantes mexicanos para hacerles ver que los pueblos indígenas no tenían intención de seguir doblegándose por mucho tiempo más. Que había llegado el momento de hacerse valer, de reivindicar su legítimo derecho a cultivar las tierras sin ser enajenados de su producción y a asignar los recursos de un modo justo y equitativo. Para nosotros nada, para todos todos. Si hay alimento para el disfruto del grueso de la población, no se puede consentir que tanta y tanta gente muera de inanición.
La lucha es mucha. Ingente. Excesiva para algunos. Y sin embargo, necesaria. Los colores de la tierra deben ser empleados en la paleta para dibujar una atmósfera multicolor. De lo contrario, estaremos perdiendo tonalidades y la vida se tornará gris y anodina. Y no podemos permitirnos ese lujo. Bajo ningún concepto.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario